lunes, 15 de marzo de 2021

La Devoción de los Templarios a la Santa Virgen Maria

La fortaleza de la religiosidad y espiritualidad de los monjes soldado.

Es importante señalar la fortaleza de la religiosidad que mantenía el espíritu de los monjes-guerreros del Temple. Porque lo que nos garantiza esta fortaleza es que la devoción a María, Madre del Señor, no es un algo fruto de oscurantismo o de esoterismo casi pagano, sino que María ocupaba un lugar lógico en la estructura de la fe del Caballero Templario. Un lugar en nada proveniente de mitos sincréticos ni extrañas elucubraciones de iniciados.

Nos incomoda grandemente, por no decir otra palabra, el afán de añadir a la leyenda del Temple la adoración de extrañas imágenes, tergiversando además la historia de María de Magdala para construir sobre ella más leyenda o desvirtuar a la Madre de Dios diluyéndola en los mitos de Isis o la Madre Tierra.

En los procesos contra los monjes-soldado durante la persecución y martirio, hay testigos incluso externos, por ejemplo en los interrogatorios en Chipre, que señalan que eran muy buenos cristianos, que eran hombres piadosos y que no se saltaban ni una misa. Y cuando las cosas se pusieron feas, en los interrogatorios, varios de los cuestionados apuntan claramente a Nazaret al referirse a la Bendita Virgen María, y no señalan Magdala ni Egipto.

Walter Map3 cuenta la anécdota del hijo de un emir, un tal Salius, que se hizo Templario impresionado por la religiosidad de la Orden. Cuenta también la historia de Aimery, un caballero que llega tarde a un torneo porque se había detenido a escuchar misa en la capilla de la Bendita Virgen María Nuestra Señora. Llega tarde y cuando cree que va a sufrir deshonor, resulta que Nuestra Señora había combatido en su lugar y había ganado por él el torneo. Por este portento ingresó en el Temple.

Pensamos de inmediato en algo que veremos más tarde: la Dama y el Caballero, en este caso con los lugares cambiados, pues la Dama combate en lugar del caballero. Como bien señala la web site de nuestro Priorato Tradicional Templario de Bélgica4 “la Virgen María no ha tenido fácil implantarse en el cristianismo hasta el siglo XI. Todos los historiadores están de acuerdo en reconocer que San Bernardo fue el celador incontestado del culto mariano. ¡San Bernardo en efecto favoreció el culto de la Virgen, pero no de cualquiera! ¡En efecto, demostró que había podido acceder a otros conocimientos distintos a los transmitidos a nivel vulgar! ¡Debía hacer coincidir su devoción al culto a la Virgen sin rechazar nada de su iniciación céltica! Esta es la razón por la que, en un rasgo de ingenio o gracias a una inspiración divina, inventó la expresión “Nuestra Señora” (…) para aquella a la que San Bernardo ha considerado siempre como la mediadora, la intermediaria, el lazo de unión entre lo sensible y lo divino”.


+ La Dama y los Caballeros en el Medioevo: Señora, Dama en las Órdenes de Caballería.

El Temple nace en un momento en el que se está produciendo una profundísima y muy necesaria reforma y renovación de la Iglesia, especialmente en lo que al amoral y corrupto clero se refiere. Un líder de esa reforma será San Bernardo, abad del Cister en Claraval.

El final del siglo XII y la primera mitad del XIII corresponden a uno de los momentos más interesantes de Europa desde el punto de vista cultural. Estamos en pleno estallido del gótico, ligado a los cistercienses y financiado por el Temple. Al mismo tiempo, la literatura vivía las historias del Grial. Hay grandes movimientos de peregrinos, de iglesia en iglesia, de imagen en imagen: en el caso de los Templarios, iglesias dedicadas la muy inmensa mayoría de las veces a “Nuestra Señora” y presididas con alguna frecuencia por imágenes oscuras5 que recuerdan de alguna forma la iconografía bizantina. Son los momentos en que en las Cortes Nobles triunfan los trovadores que cantan a la Dama y Caballero enamorados.

Al ingresar en el Temple el “monje” templario hacía los tres votos habituales de las órdenes monásticas: pobreza, castidad y obediencia, más un voto implícito de obediencia militar ciega y sumisión absoluta y directa al Papa. Por este lado de monjes éste era el esqueleto fundacional de su fe y de su actitud para los Templarios. Por la parte de soldados o guerreros, las cosas debían ser igualmente claras. Venían de y vivían en una sociedad bastante sexualizada y con un ideal “romántico” de la Dama y el Caballero, que elevarán a su máxima expresión los Libros de Caballería del siglo XVI. Se ingresaba inicialmente en el Temple no para ser constituidos caballeros, sino como caballeros ya constituidos la mayoría de las veces. Dejaban el servicio a un Rey nacional y material para pasar al servicio de un Rey de Reyes, que además era supranacional y que implicaba también un cierto concepto de unidad en la Europa de la época.

Perdían patria y honores propios, pero ganaban santidad y gloria eterna por el Señor a quien servían, acompañado a su vez de la Dama por la que merecía luchar, Señora de todos los tiempos y cuya apelación es común en todas las lenguas: o Nuestra Señora o Mi Señora o simplemente la Señora.

 

+ El Císter, San Bernardo y la Virgen María.

Si fue San Bernardo quien volvió a colocar en un lugar preferente en la Iglesia Católica el culto y devoción a “Nuestra Señora”, no es absurdo deducir que esta devoción estuvo muy arraigada y presente en los monjes guerreros que se nutrieron y formaron a la luz del Santo de Claraval, de sus escritos, sermones y normas, incluida la propia Regla Primitiva del Temple.

Durante la Vela de Armas e investidura de ingreso en la Orden, las promesas del caballero postulante se efectuaban – y se efectúan aun hoy en la mayoría de nuestros Prioratos - a Dios y a Nuestra Señora, sustituyendo así a la habitual pareja de soberanos terrenales y, por supuesto, sustituyendo con la Virgen a la Dama, que para los seglares era la belleza terrena amada a la que conquistar, por la que trabajar y a la que dedicar los propios logros.

En el fondo, esta presencia de María venía a resolver uno de los puntos más innovadores y chocantes que pudo significar en su momento la “Nueva Milicia”: hombres de Iglesia y hombres de guerra, que identificaron en María a la Dama a quien servían los laicos que sólo eran hombres de guerra. Estos dos ejes del Rey de Reyes y de Nuestra Señora, con el objetivo del Reino de los Cielos en la Tierra Santa, coloca a los Pobres Soldados de Cristo muy por encima de los caballeros seglares, tal como dice San Bernardo en la “Loa de la Nueva Milicia”, en la que duda en llamarlos monjes o soldados. Por si había alguna duda, María estaba colocada en el eje y razón de ser de la vida diaria de los Templarios y así lo recogen los “Retraits”6 de la Regla Primitiva en su precepto 306 hablando del rezo de completas. Este precepto coloca a Nuestra Señora incluso como el fin último de nuestra vida, cuando dice que los rezos de Horas de Nuestra Señora en la Casa del Temple se han de decir en primer lugar– y resaltamos el “en primer lugar” -, excepto en el rezo de Completas, que entonces las de Nuestra Señora serán las últimas “porque Nuestra Señora fue el comienzo de nuestra Orden y en ella y por el honor de ella, si place a Dios, estará el final de nuestra vida y el de la Orden”. De pasada digamos que este “Retrait” no nos parece precisamente una alusión a Santa María de Magdala…

 

+ La devoción a Nuestra Señora, aquí y en Ultramar.

Los primeros Templarios - como buena parte de los primeros cruzados - son francos, y así fueron llamados en el cercano oriente, territorio conocido como Ultramar. Venían de Europa y se encontraban con un mundo que era muy diverso del suyo. Más aún: se encontraron con una Iglesia dividida por el Gran Cisma, donde las disputas teológicas comienzan a tener importancia y la Iglesia de Oriente se llega a convertir algunas veces en un enemigo más a quien combatir físicamente.

Cuando nace el Temple, la fe en la Virgen, que había estado incluso un poco preterida en Occidente, en Oriente tenía una presencia importante. No en vano Éfeso y su Concilio dieron a María el título más importante que se le pudo dar: Theotokos, que traducido al español vía latín significa Deípara, Madre de Dios. Para el Temple esta fe en María es muy importante, y así es percibida por sus contemporáneos, que “en muchas cartas de donación que recibió la Orden se hace constar que la cesión de los bienes es a Dios, a la Bendita Virgen María y a la Orden del Temple”. Era tan clara la creencia popular en el binomio Temple+Virgen María que era generalizado el pensamiento de que “el Temple dedicó todas sus iglesias a la Virgen Bendita”.

Al Temple no le resultará nada difícil aceptar la gran fe y devoción oriental hacia la Madre de Dios. Ella sí que fue en su momento un Santo Grial. El primer documento o quizás el documento más antiguo que se conserva y que puede hacer referencia directa a la liturgia practicada por los Templarios, o en la que estos hayan podido participar regularmente, es un códice del siglo XII. Contiene la partitura conocida como la “Salve del Santo Sepulcro”. La cantaban los Canónigos del Santo Sepulcro, que fueron el primer lugar de acogida de nuestros hermanos mayores, los monjes soldado. El códice, después de pasar por varios sitios, lo compra el Duque de Aumale en el siglo XIX: Nacido en el Palacio Real de París, Enrique Eugenio Luis Felipe de Orleans - también conocido como Duque de Aumale - era el quinto hijo del rey Luis Felipe I de Francia. Tenía ocho años cuando heredó el Dominio de Chantilly del último príncipe de Condé, acompañado de una fortuna que equivaldría hoy a unos 400 millones de euros. Según la “Carta de Transmisión de Larmenius” (elemento probablemente apócrifo, por no decir directamente falso), un Príncipe de Condé fue Gran Maestre del Temple: Desde un punto de vista más romántico que histórico, podríamos decir que la partitura de la Salve volvió así a casa, a una casa del Temple.

La Salve se canta en la hora de completas de monasterios y conventos desde que en 1250 así lo impuso el Papa Gregorio IX. Versiones de la Salve Regina hay unas cuantas, pero si se nos permite una opinión personal, ninguna tan sentida y profunda como la que recoge esta partitura. Fuera de los Canónigos Regulares del Santo Sepulcro o directamente nuestra, del Temple, lo cierto es que nuestros ancestros cantaron esta versión y la grabación realizada por Ensemble Organum y Marcel Pérès resulta emocionante y estremecedora.

La historia, la leyenda y el mito de las “Vírgenes negras”. Cuando se intenta profundizar en qué fue y cómo fue la espiritualidad templaria referida a Nuestra Señora y se intenta llegar a definirla, se entrecruzan historia, leyendas y mitos. Fundamentalmente dos: María Magdalena y las vírgenes negras. Son mitos en los que no siempre hay buena fe.

Esta actitud de leyenda torticera ha podido corromper también la difusión por Europa, de la mano del Temple, pero no sólo de ellos, de imágenes de su bien querida y venerada Señora, imágenes morenas, de piel oscura, ennegrecidas por la materia en que están realizadas o por los avatares del tiempo y de la historia: Las Vírgenes Negras.

No podemos negar, y no lo hacemos, la tendencia a cristianizar lugares, fechas y eventos una vez que con Constantino la religión cristiana pasa a ser la religión del imperio. Y que, allí donde hubo cultos paganos o idolátricos a figuras femeninas, la Virgen María fuera el instrumento “natural” para cristianizar. Pero eso no sucedió sólo por reconducir esos lugares, fechas o eventos hacia el amparo de la “verdadera” religión, sino también porque la Theotocos, la Deipara, gozaba ya de la admiración que le pertenecía como madre del Verbo encarnado. Hay, pues, un largo trecho entre cristianizar religiones paganas y establecer que el culto a la Madonna surge y existe por esas tradiciones paganas, no por sí misma y por lo que ella fue, y convertir así las vírgenes negras en un subterfugio para seguir adorando a Isis o a la Madre Tierra. Es decir, volver al revés la cristianización: paganizar veladamente el culto a Nuestra Señora.

Por ello no estará mal recordar qué son, dónde las hay y qué pintan los Templarios en estas historias. Apuntamos ya una luz fundamental sobre este tema: el bien conocido “Nigra sum, sed Formosa”11 de Bernardo de Claraval referido a María, tomado del versículo 5 del capítulo I del Cantar de los Cantares. Es cierto que las imágenes en las que la Virgen y el Niño aparecen con color oscuro son en buena mayoría de los siglos XII y XIII, coincidentes con la primera y gloriosa época de los Templarios, siglos en los que ellos comienzan a revertir sobre Europa lo que les va dando, en todos los sentidos y para lo bueno y lo malo, la Tierra Santa. Para quienes quieren ver más allá de lo que hay o algo distinto, la conjunción de la palanca del esoterismo y las leyendas templarias de la época del romanticismo a finales del XVII, son un magma fértil para crear historias sin necesidad de más: unas imágenes negras, María Magdalena, Isis…

Hablando de Templarios y de la Virgen María, hay que mirar de inmediato al Santo de Claraval y todo lo que no cuadre con él es espurio. Dante Alighieri, unos 150 años después de la muerte de Bernardo y casi coincidiendo con el momento de la detención de los Templarios, lo que al texto del inmortal italiano le da más mérito y credibilidad para nuestras afirmaciones, coloca al Santo en la cumbre de la espiritualidad y lo convierte en su guía, continuando la tarea que en los libros anteriores de la Divina Comedia habían hecho Virgilio y su amada Beatriz. ¿Y por qué lo coloca? Porque “la Reina del Cielo – escribe Alighieri -, por quien ardo enteramente de amor, nos concederá todas las gracias, porque yo soy su fiel Bernardo”. Con un texto así, contemporáneo al Temple, ¿se puede pensar en extraños cultos esotéricos o divinidades y no dar el nombre de “Reina del Cielo” a la que lo era y es realmente la Reina del Cielo para Bernardo y por ende para “sus” Templarios y dárselo a Isis, la Madre Tierra o María Magdalena?

En el canto XXX del Paraíso, Beatrice le dice a Dante: “¡Mira cuán grande es la reunión de blancas estolas!12 ¡Mira qué gran circuito tiene nuestra ciudad! ¡Mira nuestros escaños tan llenos, que ya son pocos los llamados a ocuparlos!” ¡Qué gran consideración la del poeta para con nuestra Orden y qué desgracias se estaban ya fraguando en ese momento sobre nuestro futuro inmediato por la avaricia de un Rey y la infamia de un Papa! Los Templarios, sin duda, trajeron a Europa imágenes de sus Vírgenes, al menos aquellas que tenían que ir salvando de caer en manos sarracenas a medida que se perdían territorios cruzados en Ultramar. Esas imágenes tendrían tres características: por un lado reproducirían el color de los naturales de aquellas tierras, más oscuros que los francos, por otro lado entroncarían con la tradición artística del estilo bizantino, poderoso después del Concilio de Efeso en que se reconoce – como ya hemos relatado - a Nuestra Señora como Theotokos (literalmente, “la que dio a luz a Dios”) y en tercer lugar estarían talladas en maderas procedentes de la zona del Líbano, de tipo cedro y ciprés, fácil de tallar, buena resistencia a la descomposición y refractaria a insectos.

Hay cantidades ingentes de imágenes negras históricas atribuidas al Temple y otras que son imitaciones más posteriores o que no pertenecieron al Temple o son incluso anteriores. Pero en todo caso todas forman parte de ese conglomerado que algunos quieren ver cerca de la leyenda exotérica de los Templarios y no dentro de lo que podía ser una iconografía hecha con elementos autóctonos (Próximo Oriente) o copiada de ellos y sometida al efecto del paso de los años. Montserrat Robrenyo, en su interesante ponencia sobre “Los caminos de las vírgenes negras. Relación entre las vírgenes negras y la Orden del Temple”13 fue contundente: Solo pueden ser realmente negras las tallas realizadas con materiales oscuros como podría ser la ebonita, el mármol negro o la caoba. Dado que la mayoría de las vírgenes que se consideran negras, no están talladas en estos materiales, todas deben su color a la pintura, barniz, betún de judea o lacado, todo sin motivo aparente alguno. No podemos hablar del Temple y las vírgenes negras sin tocar, aunque sólo sea de pasada dos temas de la desgraciada leyenda que a veces nos rodea y que tanto daño nos hizo y hace.

Por un lado, que las vírgenes negras en realidad fueron una representación del Grial encarnado en María Magdalena, esposa del Señor. Como señala el jesuita Jhon P. Meier en su trilogía “Un judío marginal”14, ¿le cabe a alguien en la cabeza que si hubiera habido una esposa del Señor no hubiera ni una alusión en los evangelios sinópticos y en Juan? Los evangelios canónicos, tan pendientes de señalar a “su madre y sus hermanos”, hasta el punto de crear un grave conflicto con esto de “sus hermanos” que ni siquiera las primeras tradiciones y la patrística cristiana pudieron o se atrevieron a aclarar, ¿iban a ignorar una eventual esposa?

Por otro lado, que la negritud de las imágenes representa a la Madre Tierra… o que están originalmente referidas al culto a Isis y otras divinidades similares… En fin: Tomamos prestadas las palabras de Rogelio Uvalle15 para desmitificar estas burdas intoxicaciones: “nadie se puede creer que unos caballeros de honor den su vida por la diosa tierra o defiendan una religión a muerte creyéndola falsa. Ya no es ciencia, ya no es filosofía, es sentido común. Las imágenes de los santos, de Cristo o de la Virgen María, varían según el territorio donde se encuentren, es decir, se tiene la pretensión de creer que como nosotros somos blancos, todo el mundo tiene que representar a Jesús blanco, cuando en realidad no lo era, ni tampoco la Virgen.(…) ¿es que, si acaso una imagen es negra ya no puede representar a la Virgen María?” “No miréis que soy morena: es que me ha quemado el sol”, dice el Cantar de los Cantares16, y volvemos así al de Claraval….



+ Liturgia y culto Mariano en la Orden del Temple medieval.

El mismo San Bernardo de Claraval, padre espiritual de la Orden, instó a este culto a la Virgen y lo puso en la vida diaria del Temple. Bernardo, joven de buena vida y de grandes posibilidades sociales, cambia su rumbo una Navidad cuando la Virgen, la que había de ser su Dama y Señora desde ese momento y a quien cantará textos sublimes de un arrobamiento místico excelso, pone al niño en sus brazos. Hay muchos vestigios en sus escritos y sermones de que él mismo se sentía «un auténtico Caballero de María» y la consideraba Su Señora en el sentido caballeresco del término.

Sus protegidos, los Templarios, Caballeros de Dios a todos los efectos, fieles a esta devoción mariana, daban a la mayoría de sus casas e iglesias una de las denominaciones de Santa María. Así tenemos numerosísimos ejemplos en Italia o España, y lo mismo y más podríamos decir de Francia y otros países. Las fiestas de Nuestra Señora que celebraban los Templarios eran todas las que contemplaba la liturgia de la Iglesia (Natividad de Nuestra Señora, Anunciación, Purificación, Asunción…etc.), con la peculiaridad de que todas ellas eran fiestas “mayores” en el Temple.

Incluso en los momentos de mayor rigor penitencial en lo referido a ayuno y abstinencia, las fiestas de Nuestra Señora estaban exentas de tales rigores. Así por ejemplo en el Retrait 350 se señala que, desde la fiesta de Todos los Santos hasta Pascua (temporada con menor participación en combates por razones evidentes climatológicas) los freires deben ayunar todos los viernes, sin excepción, salvo que ocurran en viernes Navidad, La Candelaria (fiesta de la purificación de Nuestra Señora) o la fiesta de San Matías Apóstol. Tenemos datos específicos en lo referido a las procesiones que debían realizar los freires. Había dos tipos de procesión: generales y particulares. Por lo que se refiere a las generales, habían de hacerse en todas las casas del Temple en las que hubiera capilla o iglesia: era obligatoria la presencia de todos los freires18 y habían de celebrarse en el día de Navidad, en la fiesta de la Candelaria (Purificación de Nuestra Señora), el día de Pentecostés, el día de la Asunción de Nuestra Señora, el día de la Natividad de Nuestra Señora, en Todos los Santos, el día del patrón de la iglesia y el día de la dedicación del templo. De ocho procesiones anuales solemnes, cuatro estaban dedicadas a Nuestra Señora.


No hay comentarios:

Publicar un comentario